jueves, 7 de agosto de 2014

Que debemos ofrecernos a Dios con todas nuestras cosas y rogarle por todos

Señor, tuyo es todo lo que está en el cielo y en la tierra.

Yo deseo ofrecerme a ti de mi voluntad y quedar tuyo para siempre.

Señor, con sencillez de corazón me ofrezco hoy a ti por siervo perpetuo, en obsequio y sacrificio de eterna alabanza.

Recíbeme con este santo sacrificio de tu precioso cuerpo que te ofrezco hoy en presencia de los ángeles que están asistiendo invisiblemente, para que lo recibas por mi salud y la de todo tu pueblo.


2. Señor, yo te presento en el altar de tu misericordia todos mis pecados y delitos, cuantos he cometido en tu presencia y de tus santos ángeles desde el día que comencé a pecar hasta hoy, para que tú los abrases todos juntos y los quemes con el fuego de tu caridad, quites todas las manchas de ellos, limpies mi conciencia de todo delito y me devuelvas tu gracia, que perdí por el pecado; perdonándome enteramente, y admitiéndome misericordiosamente al ósculo de tu paz.

3. ¿Qué puedo yo hacer por mis pecados sino confesarlos humildemente, llorándolos e implorando tu misericordia sin cesar?

Yo la imploro, pues, en tu divino acatamiento; óyeme propicio, Dios mío. Aborrezco mucho todos mis pecados, y no quiero ya cometerlos más; antes, estoy y estaré arrepentido de ellos mientras viviere, dispuesto para hacer penitencia y satisfacer según mis fuerzas.

¡Perdóname, oh Dios mío, perdóname mis pecados por tu santo nombre! ¡Salva mi alma, que redimiste con tu preciosa sangre!

Vesme aquí que me encomiendo a tu misericordia, me entrego en tus manos.

Haz conmigo según tu bondad, y no según mi malicia e iniquidad.

4. También te ofrezco, Señor, todos mis bienes, aunque muy pocos e imperfectos, para que tú los enmiendes y santifiques, para que los hagas agradables y aceptos a ti, y siempre los mejores; y a mí, hombrezuelo inútil y perezoso, me lleves a un santo y bienaventurado fin.

5. También te ofrezco todos los santos deseos de los devotos y las necesidades de mis parientes y amigos, hermanos, hermanas y de todos los que amo, y de cuantos me han hecho bien a mí y a otros por tu amor.

Y de todos los que desearon y pidieron que yo orase o dijese misa por ellos, y por todos los suyos, vivos y difuntos.

Para que todos sientan el favor de tu gracia, el auxilio de tu consolación, la protección en los peligros y el alivio en los trabajos, para que, libres de todos los males, te den muy alegres y cordialísimas gracias.

6. También te ofrezco mis oraciones y el sacrificio de propiciación, especialmente por los que en algo me han enojado, contristado o vituperado, o me han hecho algún daño o agravio.

Y por todos los que yo enojé, turbé, agravié y escandalicé, por palabra o por obra, por ignorancia o advertidamente, para que tú nos perdones a todos nuestros pecados y ofensas recíprocas.

Aparta, Señor, de nuestros corazones toda mala sospecha, toda ira, indignación y contienda, y cuanto pueda estorbar la caridad y disminuir el amor del prójimo.

¡Misericordia, misericordia, Señor! Da tu misericordia a los que la pidan y tu gracia a los que la necesitan, y haz que vivamos de tal modo que seamos dignos de gozar de tu gracia y aprovechemos para la vida eterna. Amén.

Tomás de Kempis, La Imitación de Cristo libro IV, capítulo 9

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