Ofrécelo, contigo a tu Padre Celestial para que, echando una mirada a este gran sacrificio vea solamente a ti, su Hijo amado, en quien tiene todas sus complacencias.
Trasmuta el pobre pan de mi vida en tu divina vida. . . Enciende el vino de mi gastada vida en tu divino espíritu. Une mi roto corazón con tu corazón. Cambia mi cruz en tu crucifijo. Que mis abandonos y mis pruebas y mis dolores no se pierdan. . . Recoge sus fragmentos. Y, como la gota de agua es absorbida por el vino en el Ofertorio de la Misa, sea mi vida absorbida por la tuya; sea mi pequeña cruz engastada en tu gran cruz para que pueda yo gozar los gozos de la vida eternal en unión con vos. . .
Consagrad estas pruebas de mi vida, que quedarían sin valor de no unirlas con vos. Transustanciadme, de tal manera que, como el pan es ahora vuestro cuerpo y el vino que es ahora vuestra sangre, yo también sea todo vuestro. . .
No me preocupa si las especies permanecen, o que, como el pan y el vino, yo aparezca a los ojos humanos el mismo de antes. . . mi puesto en la vida, mis deberes diarios, mi trabajo, mi familia. . . Todo eso no son sino las apariencias o especies de mi vida, que pueden quedar intactas; pero la sustancia de mi vida, mi alma, mi entendimiento, mi voluntad, mi corazón, cámbialos, Señor, transfórmalos todos para tu servicio, de modo que, a través de mí, todos puedan comprender cuán suave es el amor de Cristo. Amén. . .
Arzobispo Fulton Sheen, El Calvario y la Misa