¡Oh mi piadoso Señor Jesucristo! Yo pecador, sin presumir de mis méritos, sino confiando en tu bondad y misericordia, temo y vacilo al acercarme a la mesa de tu dulcísimo convite. Mi cuerpo y mi alma están manchados por muchos pecados, y no he guardado con prudencia mis pensamientos y mi lengua.
Por lo cual, oh Dios Piadoso, oh tremenda Majestad, yo miserable, en medio de tantas angustias, recurro a ti que eres fuente de misericordia; a ti acudo en busca de salud, y me acojo bajo tu protección; y deseo vivamente contemplar como Salvador a quien no me atrevería a mirar como Juez.
A ti, Señor, descubro mis llagas y mi vergüenza. Sé que mis pecados son muchos y grandes, y me causan temor, mas espero en tu misericordia infinita.
Oh Señor Jesucristo, Rey eterno, Dios y hombre, clavado en la Cruz por los hombres: mírame con tus ojos misericordiosos. Óyeme a mí que en ti tengo puesta mi esperanza; apiádate de mí, que estoy lleno de miserias y de pecados, Tú que eres fuente de misericordia que no cesa jamás de manar.
Salve, víctima de salvación, inmolada en el patíbulo de la Cruz por mí y por todo el linaje humano.
Salve, noble y preciosa sangre que manas de las llagas de nuestro Señor Jesucristo crucificado y lavas todos los pecados.
Acuérdate, Señor, de esta criatura tuya que haz rescatado con tu Sangre. Me arrepiento de haberte ofendido y deseo enmendar mis errores.
Padre clementísimo, aleja de mí todas mis iniquidades y pecados, para que, purificado de alma y cuerpo, sea digno de saborear al Santo de los santos.
Concédeme que este Cuerpo y esta Sangre que indigno me atrevo a recibir, sirva de remisión de mis pecados, para purificar totalmente mi alma de sus delitos, para ahuyentar los malos pensamientos y para regenerar mis buenos sentimientos; conceda eficacia salvadora a las obras que a ti te agradan; y, finalmente, sea la firmísima defensa de mi cuerpo y de mi alma contra las asechanzas de mis enemigos. Amén.
San Ambrosio